No esta tan lejos en el tiempo los años en que los animales domésticos (conejos, gallinas, cerdos, vacas etc) constituían para las casas de Salillas una parte importante del patrimonio familiar. Su presencia garantizaba el abastecimiento de alimentos necesario para la supervivencia; de la misma manera, la perdida de estos animales por enfermedad, vejez u otras causas podía constituir un fuerte contratiempo para el futuro de la casa.
Quizá uno de los animales emblema de las casas y con presencia en la mayoría de ellas fueron las vacas. Hasta tal punto fueron importantes que algunos de los vecinos más mayores me comentaban como una vaca era uno de los mejores regalos de bodas que podía recibir una joven pareja.
La presencia de las vaca, entre una y tres por cada casa, garantizaba la leche diaria durante todo el año, pero también constituía una fuente de trabajo diario (ordeño y limpieza establos). Para la alimentación de las vacas y demás animales criados en los corrales de las casas, se aprovechaban algunas parcelas para el cultivo de cereal (maíz, cebada, avena); Con la cosecha obtenida se acudía al molino de Salillas donde se transformaban en harinas con el que alimentarlos durante el año.
La leche obtenida diariamente era destinada al consumo de la familia, utilizando el excedente para su venta tanto a las familias que no tenían vacas como a los intermediarios de la leche, obteniendo con ello unas pequeñas rentas a añadir a la economía familiar.
Cuatro familias de Salillas trabajaron como intermediarios entre la recogía de los excedentes obtenidos en las casas y la venta a las Centrales Lecheras; un pequeño negocio donde obtener recursos económicos para complementar a los obtenidos por otros medios. Durante el periodo 1940- 1965 aproximadamente, fueron Jesus Nogueras, Lucio Monreal, Clemente Pericas y Pantaleón Moneva los que se encargaron de recoger los excedentes. Durante algunos años estos pequeños negocios convivieron al mismo tiempo, generándose entre ellos competencia en busca de la mayor recogida de leche y ofreciendo el mejor precio.
Aunque pueda parecer un negocio fácil, sencillo y cómodo, no lo fue tanto. Todos los días de madrugada, antes de la salida del sol, se acercaban los intermediarios a la estación a recoger los bidones metálicos o “cantaras” de alrededor de 40 litros de capacidad que venían facturados por tren y enviados por las distintos Centrales Lecheras y vaquerías.¶
Hacia las ocho de la mañana los vecinos de Salillas salían de sus casas con la leche sobrante del ordeño en cubos de zinc para venderla al intermediario deseado. La leche recogida de cada vecino era vertida en un pozal más grande o “medidor” que contaba con una varilla graduada en el centro y un flotador en forma de platillo insertado en la varilla. Una vez vertida toda la leche, la varilla ascendía arrastrada por el flotador, marcando en la parte superior del medidor la cantidad exacta de leche. En un cuaderno o “cartilla” iba apuntando la fecha, el vecino y la cantidad de leche entregada. Una vez controlada y anotada se vertía en los bidones suministrados por las Centrales Lecheras, mezclándose por tanto en ellos los litros de leche aportados por los vecinos.¶
¶Además de la cantidad de leche entregada, también se medía la cantidad de grasa que contenía, lo que coloquialmente llamaban "el grado de la leche”; esta valoración indicaba la mayor o menor calidad de la leche entregada por cada vecino; para calcular la grasa se utilizaba una especie de termómetro, llamado por los vecinos el “gradador”. Realmente el “gradador” no es sino un densímetro que medía la densidad de la leche. A mayor densidad mayor cantidad de grasa y por tanto de mejor calidad es la leche.
¶Además de la cantidad de leche entregada, también se medía la cantidad de grasa que contenía, lo que coloquialmente llamaban "el grado de la leche”; esta valoración indicaba la mayor o menor calidad de la leche entregada por cada vecino; para calcular la grasa se utilizaba una especie de termómetro, llamado por los vecinos el “gradador”. Realmente el “gradador” no es sino un densímetro que medía la densidad de la leche. A mayor densidad mayor cantidad de grasa y por tanto de mejor calidad es la leche.
La medida de la grasa resultaba necesaria para intentar disuadir a aquellos que sentían la tentación de añadir agua a la leche a fin de obtener más litros y por tanto un poco más de dinero con su venta. Con el control de la grasa el intermediario de la leche podía incluso rechazar la leche ofrecida por el vecino si la calidad era demasiado baja. Muchas y variadas son las anécdotas que los vecinos recuerdan para intentar conseguir vender más litros de leche.¶
Las Centrales Receptoras de la leche, conociendo la picaresca existente en la compra-venta de la leche, entregaban pequeños botes para recoger muestras individuales de la leche entregada por cada vecino a fin de controlar su calidad y evitar posibles engaños y fraudes.
Una vez recogida la leche por los intermediarios del pueblo, esta debía enfriarse y conservarse a bajas temperaturas, especialmente en verano, para evitar que se estropease antes de su envío. Un método usado pare este cometido era meter los grandes bidones metálicos en depósitos o pequeñas piscinas de agua fría que garantizaban su enfriamiento y conservación. Los intermediarios se construyeron pequeñas casetas donde albergar este sistema para su conservación. Incluso se recuerda meter los bidones de leche en el tanque del agua del antiguo abrevadero del pueblo (ya desaparecido), ubicado junto a la fuente.
Otro método más recomendado en aquellos años pero más costoso estaba fundamentado en el contacto entre el agua fría que circula por un serpentín metálico cerrado y estanco con la leche. En un depósito cerrado con un serpentín en su interior donde circulaba el agua fría sacada de pozo, se vertía la leche por su parte superior. En su lenta caída en forma ducha iba rozando con el serpentín frio para recogerse de nuevo en la parte inferior ya enfriada. Jesus Nogueras utilizaba este peculiar aparato.¶
La manera de trasladar los bidones de leche hasta sus lugares de destino fue durante muchos por ferrocarril, aprovechando la cercanía de la estación al pueblo y los servicios de facturación de mercancías que ofrecía
Próxima la hora de la llegada del tren de mercancías, la leche era llevada a la estación de tren donde se facturaban los grandes bidones. Antes de la llegada del tren los bidones eran cargados en un carretillo metálico a fin de transportarlos rápidamente al vagón correspondiente.
Varios fueron los lugares que se recuerdan como destino de la leche obtenida en las casas de Salillas: La Central Lechera de Casetas (Sali), Morata de Jalón y la ciudad de Zaragoza (diversas vaquerías del barrio Delicias) y el barrio de la Azucarera en Epila.
Cada dos o tres semanas los intermediarios bajaban a los respectivos sitios de venta para cobrar la leche facturada. Una vez de vuelta con el dinero se repartía en sobres y se entregaba a las familias aprovechando la entrega diaria de leche.
A partir de la mitad de la década de los años sesenta el camión sustituye al tren, evitándose las Centrales Lecheras la presencia de intermediarios en los pueblos. Un camión lleno de cantaras metálicas entraba en Salillas dentro de su ruta de recogida de leche por los pueblos del valle del Jalón. A primera hora de la mañana recorría el pueblo parando en varios puntos donde los vecinos ya esperaban con sus pozales y cantaras de leche. En el camión viajaban siempre dos personas: el chofer y el medidor. De la misma manera que anteriormente se realizaba con los intermediarios del tren, una vez medida la leche en el “medidor” se anotaba en un cuaderno la cantidad de leche proporcionada por el vecino y se le entregaba un recibí o justificante. De forma intermitente y esporádica se realizaba la prueba del contenido en grasa antes de verterla en grandes cantaras que subían una vez llenas al camión; Igualmente se llevaba botes con muestras de leche de los vecinos para su análisis y control. Las pequeñas explotaciones de vacuno entregaban ya rellenas las cántaras de leche y se llevaban otras cántaras vacías para el día siguiente.
Se recuerda la entrada de dos camiones, uno procedente de la Central Lechera de Casetas (Sali), que duró muy poco tiempo y posteriormente el camión de CLUZASA, siglas que corresponden a Centrales Lecheras Unidas de Zaragoza S.A., cuyas instalaciones se ubicaban al comienzo de la Avenida Cataluña en Zaragoza.¶
No conservan buenos recuerdos los vecinos en sus relaciones comerciales con Cluzasa. Los bajos precios que ofrecían por la leche, los medidores de leche trucados y entregas de leche impagadas en los últimos años fueron cansando poco a poco a los vecinos. La entrada del camión es recordado en el pueblo hasta finales de los setenta o comienzos de los años ochenta cuando las vacas fueron desapareciendo poco a poco de la vida del pueblo.
Para el pago de la leche, generalmente una vez al mes, venía junto al camión un coche con un encargado de la Central Lechera, responsable de entregar a cada vecino la cantidad adeuda. Los últimos años de vida de esta empresa fueron difíciles por lo que el pago de la leche recogida en Salillas se realizaba con pagares o “vales” para su posterior cobro. Muchos de estos vales nunca se llegaron a cobrar quedándose pendientes, generando malestar entre los vecinos ante el abuso continuo que cometía CLUZASA. En 1986 la empresa cerró definitivamente, dejando numerosas deudas sin pagar.
La producción y venta de leche no constituyó el principal medio de vida de las familias de Salillas, al ser un pueblo orientado principalmente hacia la agricultura. Se recuerdan varias pequeñas explotaciones de vacuno de leche, con un máximo de entre 15-20 vacas (según los vecinos); fueron Pedro Monreal, Antonio González, Licer Montesinos, Jesus Vicente, Martin Crespo, Jose Antonio Bernal y Arturo Serrano los que apostaron durante algunos años por este negocio, pero siempre complementando sus rentas con trabajos como jornaleros o explotando directamente sus propias tierras.
Un forma de vida ya desaparecida pero conservada en la memoria de sus vecinos.
¶Hasta la próxima,
Pablo Founaud
¶Hasta la próxima,
Pablo Founaud
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